Una divorciada que no se atreve a confesar a su familia católica y conservadora que su matrimonio ha fracasado, un estudiante que tras varios años de agonía abandona a escondidas la carrera que su padre insiste en que estudie, un recién casado q oculta su matrimonio gay por miedo a herir sensibilidades en su trabajo y en su familia, un amigo que oculta su verdadero yo a su pandilla de toda la vida porque teme que no lo entenderían… Todos estos casos, no me los he inventado ni son el argumento de una película, son situaciones que conozco, alguna de ellas de amigos muy cercanos. La mayoría de estas personas tratan de auto convencerse de que son capaces de sobrellevar la situación, que son capaces de aplicar una especie de memoria selectiva que les permite vivir con ese lastre. En muchos casos, cuando el problema tiene que ver con la familia, se resuelve poniendo distancia de por medio, cambiando de lugar de residencia, lo suficientemente alejado del hogar familiar como para mantener el anonimato y poder vivir sin dar explicaciones. Sin embargo las mentiras se acumulan, la cabeza tiene que controlar cada paso, cada palabra, una especie de segunda vida interpretada por un personaje que pocas veces puede relajarse, que pocas veces puede dejar salir su verdadero yo.
Cualquiera, viéndolo desde fuera , diría que esa conducta evitativa es la peor de las actitudes posibles, temporalmente la más cómoda , pero a la larga muy dañina. Sin embargo no es fácil afrontar ciertas cosas y a veces por miedo a disgustar a personas que queremos decidimos sacrificar nuestra propia felicidad. Quizá evitamos que estas personas sufran pero también es cierto que cada vez nos alejamos más de ellas porque hay una parte importante de nuestra vida que no podemos compartir.
La familia y la sociedad son a veces guardianes de una cárcel invisible que nos priva de la libertad necesaria para ser realmente felices.